Opinión: ¿Un periódico ciudadano?

Por Rubén Darío Buitrón

La historia ocurrió en Riobamba y me la contaron estudiantes de periodismo de la Universidad Nacional de Chimborazo.

Un día llegaron tres altos funcionarios de la Secretaría de Comunicación del Régimen.

Recibidos por periodistas locales y con auditorio lleno, los altos funcionarios expresaron su orgullo por uno de sus productos estrella: el periódico El Ciudadano.

En el foro, una estudiante de periodismo preguntó por qué si el periódico se llama El Ciudadano los protagonistas de los temas que aparecían en ese diario eran el Presidente de la República, los ministros, los viceministros, los voceros oficiales, las autoridades locales, pero no la gente común.Era (es) una pregunta pertinente. De sentido común. Una pregunta que implicaba pedir a los representantes del Gobierno que explicaran por qué hablaban de una revolución ciudadana si en ella no está la gente, sino un específico grupo de políticos que maneja el poder.

Una pregunta que demandaba conocer de qué revolución se habla si, en realidad, lo que habíamos vivido era una transición entre el populismo de derecha y el populismo de izquierda.

La estudiante contaba que la explicación que dieron los altos funcionarios fue esta: “Es un periódico institucional y respondemos a una línea política”.

Se trató de una curiosa respuesta de quienes tienen del deber de expresar los sentimientos del pueblo, de quienes nunca han estado en el poder, de los pobres, de los explotados, de la gente que jamás fue tomada en cuenta por la prensa burguesa discriminatoria.

La estudiante que hizo la pregunta fue parte de un grupo universitario al que, justo por esa época, se le había frustrado el proyecto de mantener vivo su periódico mensual La Primicia.

Su visión era llegar a ser un diario con un estricto sentido del rigor periodístico, un diario en el cual el protagonista no fuera el poder sino la gente común, la gente que tiene mucho que decir, mucho por contar.

El periódico solo pudo circular seis números porque el entusiasmo no fue suficiente: un medio impreso cuesta mucho dinero y los anunciantes no apostaron por una propuesta nueva.

La Primicia tenía un código de ética y principios inclaudicables: buscar la verdad confrontando versiones, tener claro que la información no pertenece al periodista sino a la sociedad, estar cerca de la gente…

La Primicia quiso ser un periódico de la gente, pero no tuvo financiamiento para sobrevivir.

El Ciudadano tenía todo el dinero para funcionar, pero atravesaba graves dificultades para hacer honor a su nombre.


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